Debacle de los Sixers: Trae y los Hawks acaban con un proyecto
Philadelphia es una ciudad que tiene un papel fundamental dentro de la cultura estadounidense. Es un lugar donde el amor y la fraternidad están siempre presentes y donde los padres de la patria declararon la independencia. También es el nombre de la película titulada de igual forma, con Tom Hanks y Denzel Washington, que habla, principalmente, de los derechos humanos. Y la de Rocky Balboa, el río Delaware, la Liberty Bell y un sinfín de cosas que conforman una idiosincrasia concreta en un lugar determinado de Estados Unidos, uno de los más emblemáticos del país. Y, además de todo eso, pero no menos importante, Philadelphia es un ciudad que entiende el baloncesto. Su conexión siempre ha sido total con unos aficionados envalentonados, y su espíritu, inquebrantable. Por eso, entre otras cosas, es tan grande hoy el dolor de los seguidores de los Sixers, una franquicia que se ha alejado de su propia historia y no es capaz de encontrar su lugar en una NBA que no espera a nadie, ni les ha esperado a ellos.
Los Hawks han apeado en el séptimo partido y fuera de casa a unos Sixers decepcionantes, horribles y tristes. A un equipo que parecía que no quería ganar y que no ha encontrado la manera de hacerlo, incluso cuando la victoria era más sencilla de lograr que la derrota. En el cuarto partido, en Atlanta, ganaban por 18 y amagaban con cerrar la serie. En el quinto, ante su público, lo llegaron a hacer de 26, pero tampoco consiguieron la victoria. Probablemente, el proyecto que han liderado Joel Embiid y Ben Simmons, uno lleno de cadáveres y un Trust de Process ya totalmente denostado y, por lo que se ha visto, casi injustificado, se lo cargara Kawhi Leonard con un tiro que, en 2019, tocó cuatro veces el aro antes de caer dentro. Ahí fue donde se quedaron unos Sixers que entran de lleno, ahora sí, en una fase de reconstrucción eternamente postergada y que se ha limitado a un cambio de entrenador (ahora hablaremos de Doc Rivers), pero no de estrellas. Los dos pilares que han sostenido el equipo en los últimos años. Embiid y Simmons.
Ahora toca una salida obligada, la de un Simmons que está a años luz de su compañero y que ha sido una promesa vacía que se ha esfumado como una lágrima en la lluvia. El base ha mejorado ligeramente respecto a partidos anteriores, pero solo en la estadística: 5 puntos, 8 rebotes y 13 asistencias antes de su desaparición, casi insultante, en el último cuarto, y sus problemas con Josh Collins, que le acabaron sacando de un partido al que no llegó ni se le esperaba A 3:30 del final, solo debajo de la canasta, decidió pasar un balón que acabó en pérdida en vez de atacar el aro, una jugada muy comentada posteriormente. Doc Rivers, un hombre al que se le está acabando el aura y que fracasa en los Sixers igual que antes lo hizo en los Clippers, cargó contra él en rueda de prensa. También su compañero Embiid. Imágenes casi inéditas de personajes del mismo equipo rajando sin pudor y culpabilizando de la derrota, con razón o sin ella, a alguien de su plantilla.
Embiid contra todos
De nuevo, Embiid fue el elemento diferencial y el único jugador de losSixers que dio verdaderamente la cara en la recta final del encuentro. Luchó, peleó y fue la figura que todo el mundo le pide ser. Y se fue a 31 puntos, 11 rebotes y 3 asistencias, tocado pero no hundido, haciendo gala de esa fama de hombre de cristal que ha arrastrado desde su llegada y que ha significado un lastre para un equipo totalmente dependiente de su talento y de su capacidad para producir. Mejor rodeado que en otros años por obra y gracia de Daryl Morey, esta vez no hubo lágrimas, como en 2019, tras la eliminación. Se quedó todo en una rajada a Simmons y una amargura suprema de la que no hay ninguna duda posible. El pívot lo intentó, anotó 11 puntos en el último cuarto y fue lo que es, una megaestrella que juega tocada, pero estuvo muy solo, en el partido y en una serie que no ha jugado entera, ante un Capela que desgasta a cualquiera y un equipo con más corazón que el suyo.
Tobias Harris lo intentó y se fue a 24 puntos y 14 rebotes, pero su irregularidad ha marcado también su carrera, y no ha vuelto a ser el buen jugador de equipo de clase media que Doc Rivers, un hombre con muchas virtudes pero cada vez más defectos, creó en los Clippers. El error (otro) de este proyecto de los Clippers fue ofrecer el máximo al alero y no a Jimmy Butler, ese todoterreno que frenaba los egos incontenibles y las ínfulas de grandeza de las jóvenes estrellas de los Sixers, y con el que más lejos llegaron a su camino hacia el anillo. Al séptimo partido. Pero a uno resuelto en el último tiro y no con la bochornosa imagen vista esta noche. Y con un lanzamiento sin el que se podría reescribir la historia, y que evitó una prórroga que había forzado, vaya, Jimmy Butler.
Daryl Morey es un genio, pero la magia no existe, y va a tener complicado buscar salidas y no quedarse estancado con una plantilla llena de problemas. Simons tiene la barbaridad de 165 millones de dólares garantizados hasta 2025 y Tobias 148 hasta 2024. Y esto sin coontar con los 94 de Embiid, comprometido hasta 2023 con el equipo de su vida y una afición que despide a los suyos ente pitos y abucheos. Morey deberá manejar esos números, contratos que no firmó él, para ver cómo rodea al pívot. Y de paso, decidir qué hace con un Rivers que parece totalmente quemado y se ha visto obligado a improvisar sobre la marcha y corregir defectos ajenos y propios: renunciar casi del todo a Howard en la rotación, no ser claro con el tiempo de Simmons en pista, jugarse los minutos clave con un veterano como George Hill... en fin, cosas y más cosas. Y todas, o casi todas, mal.
Trae Young se corona
El fracaso de los Sixers es, claro, el éxito de los Hawks. Son el primer equipo desde los Pacers en 1994 que se cuelan en las finales de Conferencia sin un solo All Star. Y lo hacen con una historia fabulosa: un triple de Trae Young con dos minutos para el final daba cuatro de ventaja a los Hawks (89-93), que ya no perderían la delantera. Y el propio base ponía, de esta manera, el redondel a una temporada en la que estaban desmadejados y ejercieron el empoderamiento del jugador para que saliera Lloyd Pierce, un buen tío, y se buscara un nuevo discurso de la mano del interino Nat McMillan, un hombre cuya reputación estaba por los suelos y que había perdido en primera ronda, con los Pacers, los últimos cuatro años de forma consecutiva. Pues bien, McMillan llega a las finales del Este ante los Bucks de Giannis Antetokounmpo, Khris Middleton... y Mike Budenholzer, que dirigió a los últimos Hawks que llegaron a dicha ronda: en 2015, con Hill, Horford, Korver y compañía. Parece que han pasado mil años.
Trae disputó un partido aparentemente malo, con 5 de 23 en tiros de campo, 2 de 11 en triples y 6 pérdidas. Pero acabó con 21+10 y emergió al final, allá donde lo hacen los grandes jugadores, para liderar a la ciudad de Atlanta a un sueño teóricamente imposible y que acabará (o no) en la serie ante los Bucks. Kevin Huerter fue poco más que un héroe (27 puntos en una gran serie de tiro), Josh Collins hizo de todo (14+16), Capela un poco menos (13+6), y Bogdanovic, negado de cara al aro (2 de 8, con 0 de 4 en triples), estuvo sentado por una buena decisión de McMillan y se mantuvo frío en el banquillo, con sus compañeros calientes en pista. Gallinari, con 17 puntos, jugó sus minutos. Y por cierto, Lou Williams (6 tantos) llega a las finales del Este en su tierra natal, algo que parecía impensable hace unos meses. En su llegada a casa participó un Rajon Rondo que puso rumbo a los Clippers y que también está disputando las finales de Conferencia, pero en el Oeste. Curiosidades del destino.
Así queda la cosa. Esta noche, jornada de descanso antes de afrontar un final de temporada marcado neta y completamente por las lesiones. Pero aquí lo que vale es ganar y en eso estarán cuatro equipos que han ido poco tiempo de la mano del éxito y que son tradicionalmente perdedores. Los Hawks, a soñar. Y los Sixers, sin finales de Conferencia desde el 2001, sin referentes más allá del recuerdo de estrellas añoradas como Allen Iverson y con el proyecto en jaque, y casi en mate. Trae se corona y acaba con la reina. Y el rey, solo, se mueve por el tablero intentando buscar un milagro imposible y evitar un final que acaba (ojo spoilers) como todas las partidas de ajedrez... y de cualquier otra cosa: con un ganador y un perdedor. El problema para los Sixers, es que ya llevan mucho tiempo perdiendo. Y no se atisba la luz al final del túnel. Tiempo de reflexión y a ponerse los playoffs de 2001. Otro espíritu y otro momento histórico, sin duda. Otro equipo. Otros héroes. Otra franquicia. Y muy distinta a la actual. Eso es lo malo.