Mundial de clubes con sello vasco
De su invención deportiva hay un montón de entradas en la red; de él, apenas rastros: Damián Gaubeka, vasco, empresario. Ni lugar de nacimiento, ni edad, ni a qué se dedicaba en concreto, ni cómo construyó un mundo de relaciones de alto nivel a un lado y otro del Atlántico. Nada de nada -o muy poco- del hombre que juntó durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado a la creme de la creme del fútbol mundial en una ciudad impensada para tales lides como Caracas.
Una explicación, entre tantas posibles, es que las estrellas que congregó en la capital venezolana opacaron su labor. Otra, que Gaubeka fue un hombre discreto y sin ansias de protagonismo. "Nunca le escuché hablar mal de nadie", suelta de primeras Lázaro Candal, una de las voces más singulares del fútbol contado, y cantado.
Una red de vascos del exilio permite, sin embargo, hallar pistas de la trayectoria de Damián Gaubeka, -Larrauri, Vizcaya, 1916-: un hombre con dos vidas, entre las cuales sumó 88 años. También dos esposas. De la primera enviudó; de la segunda, Josefina López, que le sobrevive, hay tres hijos profesionales, impelidos a estudiar, que nacieron cuando la Pequeña Copa del Mundo comenzaba a ser un recuerdo.
La primera de sus vidas bien pudo concluir en 1939, cuando salió desde Reus, en Tarragona, hacia Francia derrotado el "bando republicano en el que le tocó luchar y por lo que fue condenado a muerte".
La otra vida, la definitiva, la que se construyó ladrillo sobre ladrillo, bien pudo comenzar un día de 1940 o 1941 cuando se bajó en el puerto de La Guaira tras padecer los rigores extremos de los campos de internamiento tras la victoria franquista.
Llegó en el Antilles, que surcó el océano con un destino tan amplio como vago: Sudamérica. Todo sopló a favor de Gaubeka porque la Venezuela en la que recaló iniciaba en aquella década del 40 una transformación social, económica y política extraordinaria y prolongada, forjada sobre un chorro petrolero aún imparable.
Una tierra fértil para emprendedores en la que casi todo estaba por hacer y Gaubeka estaba preparado para el trabajo duro: fue jardinero de una familia muy conocida de Caracas y se redondeaba el jornal jugando al fútbol -era mediocentro, de los incansables y metedores de pierna- los fines de semana con La Salle, que llegó a tener un equipo en el incipiente fútbol profesional venezolano.
Lo de podar jardines y regar flores debió ser muy temporal. Lo justo para juntar un pequeño capital, ya que aparece, junto a Olaizola y Aranguren, entre los constructores que se destacan. Fue en la construcción donde los vascos dejaron la impronta de "una empresa colectiva", de acuerdo a Martín de Ugalde, escritor y periodista, figura relevante de la cultura vasca, exiliado en Venezuela entre 1947 y 1969. En la fisonomía caraqueña aún quedan vestigios de edificios residenciales sobrios y sólidos, e incluso elegantes, que levantaron estos hombres. "Seguro que alguno tiene la marca de mi padre", recuerda el vástago mayor.
Gaubeka hizo más que edificios señoriales en las urbanizaciones del este de Caracas, a la par iba tejiendo un abanico de relaciones, en particular en el sector militar que volvió a encaramarse en el poder por una década (1948-1958). Aún así, el General Marcos Pérez Jiménez lo deportó a Francia, por estar involucrado en un intento de derrocamiento. Enamorado de los deportes, a principios de la década del 50 Gaubeka pondría a rodar el balón, y de qué manera, en el estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de Caracas, inaugurado para los Juegos Bolivarianos de 1951.
La Pequeña Copa del Mundo fue un sueño romántico. "De dinero nada", aclaran en su entorno. Una gran competencia, con los mejores equipos del orbe, atraídos por la fortaleza del signo monetario venezolano -el bolívar se cotizó entre 1953 y 1962 a 3,35 por dólar- y la existencia de un público, formado mayoritariamente por las consolidadas colonias española, portuguesa e italiana, ávido de grandes espectáculos deportivos.
Se jugó en dos períodos: 1952 a 1957, y luego desde 1963 y hasta fines de la década bajo un rótulo entonces que variaba de año a año: Trofeo Ciudad de Caracas, Copa Cuatricentenario y hasta una Copa María Dolores Gaubeka (1965).
Los equipos españoles fueron los grandes imanes del torneo. El Real Madrid lo ganó en un par de oportunidades y fue subcampeón en otra. El Barcelona se impuso en 1957, el Valencia en 1966 y el Athletic al año siguiente. A Caracas concurrieron en esa década y media los clubes más encopetados del momento: River Plate de Argentina, Botafogo con Garrincha y Didi, Millonarios de Bogotá con Di Stéfano y también Benfica, Roma, Corinthians, Vasco de Gama, Atlético de Madrid.
Fue un torneo oficioso, sin reconocimiento de la FIFA, que atrajo multitudes, y que es el germen lejano del actual Mundial de Clubes, y que le permitió a Gaubeka codearse con figuras singulares y no solo del ámbito futbolero.
Con Santiago Bernabéu, emblemático presidente del Real Madrid, trazó acuerdos deportivos y cimentó una larga y sólida amistad. Ambos viajaron juntos al Mundial de Suecia de 1958, y regresaron presurosos antes de la final que consagró a Brasil y a Pelé, porque el mismo día -domingo 29 de junio- Athletic de Bilbao y el Madrid dirimían en la capital española el título de la Copa de Su Excelencia el Generalísimo, como se llamaba la actual Copa del Rey. "Don Santiago, dice su hijo, lo iba a buscar a Barajas cada vez que mi padre viajaba a España". Gaubeka entraba con pasaporte venezolano porque aún pesaba sobre él la condena de finales de la Guerra Civil.
Bernabéu lo hizo socio de honor del Real Madrid hasta la llegada de Ramón Mendoza a la presidencia del club. El propio Alfredo Di Stéfano, a la larga, se haría entrañable de Gaubeka junto con Luis Aragonés, el ícono del Atlético: una amistad que amasaron jugando a las cartas y el dominó.
El creador de la Pequeña Copa del Mundo sería además determinante para que el astro argentino jugara contra el Sao Paulo horas después de ser liberado por sus secuestradores en Caracas en agosto de 1963 .Gaubeka no solo fue un hombre de fútbol durante su larga estadía de más de tres décadas en Venezuela. A mediados de los 50 asumió las riendas del equipo de beisbol Magallanes. "Fue incinerado (falleció en 2003, en Madrid) con la bandera de Venezuela y la de la República", certifica Damián Gaubeka hijo. Otra vez dos amores: la vidas de un inmigrante.