Serena Williams o el derecho a ser y estar

El ciclo vital de Serena Williams en el tenis ha sido precisamente eso: vital. Fue una niña prodigio que debutó rompiendo moldes -un poco a la sombra de su hermana Venus, pero por entonces ambas eran vistas como una única personalidad en dos cuerpos diferentes- y cuelga la raqueta como una ilustrísima superveterana. Su carrera ha durado más de dos décadas. Más que la de Graf, que la de Billie Jean King, que la de Margaret Court, que la de Chris Evert e, incluso, que la de esa Martina Navratilova que no hace tanto nos parecía insuperable.

Es imposible saber qué hubiera sido de Serena Williams si el éxito no hubiera sido un componente más de su existencia, cómo sería Serena si los 40 años y 11 meses le hubieran llegado siendo una persona anónima -y ella, por cierto, a veces pasea 'disfrazada' de 'anónima' para sentirse por un rato 'como los demás'-. Lo que sí sabemos es que esta edad, la de su adiós al tenis, le llega en posesión de un impresionante palmarés, al que sólo le ha faltado la conquista del Grand Slam y ese vigesimocuarto grande -ahí es nada- que tanto ha perseguido: logros excepcionales, propios de una deportista excepcional. Y sabemos también que a medida que su carrera iba avanzando y su palmarés aumentando, Serena Williams iba madurando personalmente lo que -sabemos también- no siempre sucede. En sus primeros días tuvo actitudes de niñata, pero no es grave tenerlas con 16 años, sino con 35, como alguna gente, y ella se ha salvado de eso. Serena Williams supo poner su imagen, su personalidad, su posición, ella misma, en suma, al servicio de lo que ella consideraba justo.

Chris Evert lo ha definido hace poco: lo que Serena Williams ha significado fuera de la cancha está al nivel de lo que ha logrado dentro de ella. Sus 23 Grand Slam y resto de títulos no se han agotado en sí mismos, sino que los ha convertido en herramientas para dejar un legado que seguramente sólo esté empezando a desarrollarse.

Serena, por ejemplo, ha sido campeona, madre y luego, de nuevo campeona, demostrando los obsoleto de las categorías mentales que quisieran obligar a las mujeres a elegir entre la maternidad y cualquier otra cosa (ganó un Open de Australia con dos meses de embarazo, y volvió a las pistas después de un parto que puso en riesgo su vida). Serena ha sido y es 'socialité', como se dice ahora. Pero tambien ha dado contenido a la condición de embajadora de UNICEF que para otros es un adorno. Su empresa, Serena Ventures, apoya iniciativas como la construcción de escuelas en África y recursos sociales en Compton, el barrio-ghetto de Los Angeles donde se inicio su historia, ahora filmada y oscarizada.

Serena, y su hermana Venus, por cierto, se mantuvieron al margen de la propaganda 'Black Power' con la que su padre, el inefable Richard Willams, acompañó su nacimiento tenístico -la oscarizada 'El Método Williams', producida por las hermanas desmiente aquello de "ningún entrenador blanco ha trabajado con ellas" que decía Richard por entonces- pero, cuando hace un par de años volvió a quedar de manifiesto que el racismo institucional sigue muy presente en Estados Unidos no tuvo reparos en manifestar que una solución era "que la policía deje de matar negros". su compromiso antirracista ha ido mucho más allá de las palabras. Serena Williams trabaja para favorecer la inserción laboral de mujeres negras en entornos poco habituales para ellas y en ello podemos encontrar también otro reflejo de la Serena tenista, porque quizá su principal rasgo en las pistas haya sido ser ella misma y haberlo sido con naturalidad.

No es decir poco, porque ese 'ella misma' significa ser una persona que a ojos de no pocos no debería estar donde estaba. Al joven Bjorn Borg le dijeron que el tenis no era "para todo el mundo" -él no era de clase alta-. Manolo Santana pudo triunfar porque encontró gracia a los ojos de quienes eran dueños de las pistas y las bolas. A Serena no se lo dijeron abiertamente -salvo cuando en Indian Wells ella y su hermana sufrieron insultos racistas- pero su propia trayectoria era un recordatorio de que ni ella ni su hermana eran esperadas en ese lugar, la élite del tenis. En llevarlas allí sí tuvo mérito, y mucho, Richard Williams.

No es complicado memorizar el nombre de los tenistas afroamericanos que llegaron a la élite antes que Serena: Althea Gibson, Arthur Ashe -que se tuvo que alistar en el ejército para encontrar un entorno algo favorable- y, ya en los años 80 y 90, Zina Garrison, Lori McNeil y MaliVai Washington: lo corto de la lista es ya un comentario en sí mismo. Ahora, tras Serena -y Venus- la lista es mucho más nutrida; Stephens, Gauff, Townsend, Tiafoe, una Naomi Osaka que se reconoce seguidora del ejemplo de Serena y Venus...

Así, cada vez que Serena saltaba a la pista, con alguno de los espectaculares vestidos que ella misma diseñaba, cada vez que bromeaba sobre su físico -"ninguna deportista tiene unas tetas como las mías" dijo una vez, pero no sin señalar que "es difícil vivir en una sociedad en la que la mayoría de la gente es delgada cuando tú no lo eres", fomentando la aceptación del propio cuerpo- reivindicaba su derecho a estar allí y a ser tal y como era ella, dando así ejemplo para que cualquier mujer, y cualquier persona, pudiera luchar por ello también.

Serena Williams no ha sido exactamente una activista, como tuvo que serlo Martina Navratilova pero, desde luego, ha proyectado su figura de tenista más allá del tenis. Y eso es otro de sus méritos, y no el menor.

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