Volvieron los clásicos

Fabiola Conde Aurrecoechea / [email protected]

Solo ellos se tenían fe. Solo ellos. Rafael Nadal y Roger Federer llegaron a la final del Australian Open a fuerza de puro instinto de supervivencia.

Los expertos les daban apenas una semana de vida en el primer torneo major de la temporada. Pero no solo por su incómoda ubicación en el draw -el español novena siembra y el suizo perdido en la casilla 17-, sino también por la inconsistente temporada 2016: Nadal solo llegó a tres finales en 15 torneos y Federer estuvo los últimos seis meses del año fuera del tour recuperando su estado de forma aquejado por las lesiones. Por primera vez desde 2000 el helvético no ganó un título.

De más a más. Mientras las miradas se posaban sobre Novak Djokovic, campeón defensor, y en Andy Murray, flamante número 1, Nadal y Federer llegaron a Melbourne casi solo con el respaldo de reconocerse por sus viejas hazañas en la Rod Laver.

Lo que hace esta final la más legendaria de todas es que esta vez no hubo el típico “de menos a más”. Desde sus primeras presentaciones dejaron en claro que su objetivo no era hacer de comparsa, no era ser protagonistas de una que otra noche de nostalgia, de vieja escuela. Los dos se plantaron firmes para demostrar que el whisky mientras más añejo, más se disfruta.

Con favor incluido. Murray: cuarta ronda, Djokovic: tercera. Hasta ahí llegaron las aspiraciones de los máximos favoritos y Nadal y Federer evitaron temprano a los rivales que ya les presagiaban como verdugos en las previas.

Federer pasó algunos apuros ante Kei Nishikori en la cuarta vuelta y con Stan Wawrinka en la semifinal, pero aprobó las pruebas con suficiencia. Su revés estuvo intratable en cada choque, como siempre, y la derecha no le falló en los momentos más complicados.

Mientras, Nadal tuvo un encuentro con el futuro. El camino se le puso cuesta arriba cuando tuvo que desafiar a Alex Zverev en tercera vuelta y a Grigor Dimitrov en semis. Ambos son llamados a recoger el testigo de una generación que se niega a dar un paso al costado. Al español le funcionó todo en su juego. Consistencia y agresividad, sus armas repotenciadas.

Viejos conocidos. Esta será la novena final de un torneo del Grand Slam entre Federer y Nadal. Contrario a las estadísticas que exhibe el suizo con el resto de los jugadores del tour, con Nadal tiene los números en rojo. En general está abajo 11-23 y en instancias definitorias de majors el mallorquín lleva la cuenta en 6-2.

En 2009 también se toparon en la Rod Laver en el último juego del torneo y entre lágrimas Roger fue testigo del instante mágico en el que Rafael levantó el trofeo de campeón y completó el Grand Slam primero que él.

Dos veces se vieron las caras después en Melbourne Park, pero en semis, y otra vez Nadal prendió la fiesta.

Será una final especial para ambos: el de Australia es el único major que Nadal no ha podido ganar al menos dos veces y Federer cortaría una racha de cuatro definiciones sufriendo derrotas. El último torneo grande que ganó el suizo fue en 2013, de resultar vencedor en la jornada dominical, sumaría su torneo 18 del GS.

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