El Madrid ya está aquí

También en la Liga el Madrid ya está aquí. Le ha ido bien bailar con lobos, porque ahí ha encontrado la esencia que le hizo campeón: cemento atrás y sentido de la oportunidad delante. Tuvo, además, un ser superior, Benzema, que levitó por encima del partido. Y al Modric de los años de gloria. Fue el suyo un curso de anatomía: cerebro, corazón y pulmones. El Atlético, en cambio, retrocedió a su edad media. El fútbol de ataque, la media naranja que le queda por exprimir, no apareció. Y ninguno de los cambios de rumbo del Cholo tuvo efecto. Por ahí llegó su primera derrota en 27 partidos de Liga.

Eurcomplacidos, Zidane y Simeone no quisieron romper nada de salida. O casi nada. El francés metió al recuperado Carvajal, un pretoriano de los tiempos del imperio, pero sostuvo a Lucas Vázquez porque no hay futbolista más en forma en la plantilla y porque por ese lado pasta Carrasco en estado diabólico. La maniobra se llevó por delante a Rodrygo sin merecerlo, pero la veteranía está magníficamente pagada en el Madrid. El resto, los condecorados ante el Borussia. El mismo camino tomó Simeone al meter a Herrera por Saúl, que lleva tiempo a media asta. Los otros diez también estuvieron en la alineación de Salzburgo y en el altar rojiblanco.

Así marcó Casemiro el 1-0.

La cabeza de Casemiro

Onces previstos e inicio previsto, con los vecinos contenidos por el respeto y la clasificación, muy presionantes y poco audaces. El primero en levantar la mano fue el Madrid, obligado a regularizar (el verbo de la semana) su situación en la tabla. Así que tomó la pelota, ordenó vista a la derecha con Carvajal y Lucas Vázquez, el lado defensivamente más blando de los rojiblancos, y fue encerrando al Atlético, que anda en la transición de la siderurgia a la artesanía, del pega y vete al pega y pega. Pero hay tics que cuesta quitarse. Su salida fue la del protocholismo, con el grupo encogido y a espaldas de la pelota. En aquella primera acometida del Madrid, Benzema estrelló un martillazo en el palo en una jugada de la nada. Recibió y apretó el gatillo. Oblak ni la vio. Y sin reponerse, el meta atlético vio cómo el francés pifiaba con su izquierda un envío de Lucas Vázquez.

Lo que vino después fue uno de esos sucesos sobrenaturales que se convierten en naturales en los derbis. Kroos botó un córner, Herrera pisó un plátano y Casemiro, al que marcaba, cabeceó a placer a la red para dejar al Atlético en territorio desconocido: no había encajado un solo gol a balón parado y no se había visto en toda LaLiga por detrás en el marcador.

Carvajal festeja el 2-0.

Kroos y Modric

Antes y después del gol, el Madrid fue ese equipo postpandemia tan esforzado, ordenado, ahorrativo y chato en ataque. Su superioridad en el centro del campo con Modric y Kroos, a los que no mordió el Atlético, le permitió vivir confortablemente de su toque. Quedó uno de esos encuentros de bajísima actividad que antes le convenían a Simeone y ahora le resultan rentables a Zidane.

Sólo cerca del descanso el Atlético recalculó la ruta y apretó algo más arriba aunque nunca estuvo cerca de Courtois. João Félix pesó muy poco, Luis Suárez no existió y los centrocampistas rojiblancos no tuvieron ni empuje ni llegada. Tampoco el Madrid fue mucho más lejos. Lo poco que sucedió antes del descanso fue atribuible a Benzema en versión todocampista. Encontró salida a todas las emboscadas en un duelo de tráfico intenso y, por momentos, en deriva hacia el tostón. Suele suceder cuando dos equipos salen calculadora en mano. Pero incluso en duelos así sobresale un jugador de etiqueta como el francés. Es el hecho diferencial del Madrid que hace tiempo no tiene Zidanes y Pavones sino talentos en edad del pavo y veteranos que se resisten encomiablemente a entregar la plaza.

El carrusel Simeone

Simeone le dio la vuelta a todo en el descanso. Metió a Lodi, Lemar y Correa, quitó un central (Felipe) y reordenó el equipo en un 4-4-2, con dos mediocentros y dos extremos. La cosa no mejoró mucho de salida, pero al menos le acercó a Courtois. Lo suficiente como para rozar el empate en un centro raso, cruzado y venenoso de Marcos Llorente que remató mal Lemar con todo el viento a favor. Y un cuarto de hora después, otro golpe de timón, este de más calado: João Félix al banquillo, Saúl al campo. El enfado del portugués no estaba justificado; la permanencia de Luis Suárez en el campo, tampoco. El uruguayo no duró mucho. Diez minutos después le relevó... ¡Kondogbia! Así que el Atlético acabó con Llorente y Correa, que en tres cuartos de hora representó tres papeles, en punta. Demasiados viajes para no llegar a ninguna parte.

El Madrid, como le iba bien ese ritmo de bolero, no tocó nada. Y se encontró con otro tanto producto de una rareza: un bote pronto tremendo de Carvajal, que está para otra cosa, que pegó en el palo y en la espalda de Oblak antes de entrar. Técnicamente un autogol, estéticamenete un golazo. Ha metido siete en 285 partidos con el Madrid y fue a tocarle la china al Atlético.

Lemar y Saúl quisieron ser clavo ardiendo sin lograrlo. Suyas fueron las ocasiones finales de un partido en el que el Atlético siempre anduvo a las órdenes del Madrid, mientras Zidane le hacía otra ruleta al fatalismo.

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