Morata no es suficiente
No es un partido para subir a la nube —lo de la hemeroteca me da que se ha quedado viejo—, todo lo contrario, es un partido para borrar de inmediato porque la Eurocopa está a la vuelta de la esquina y las penas hay que sacudírselas lo antes posible. España tropezó con Grecia y se complica a las primeras de cambio las eliminatorias para el Mundial de Qatar 2022. En cuatro meses hemos pasado del festival ante Alemania al chasco de Granada. Demasiado vaivén, llega ahora el tiempo para el análisis y el debate. Pero debate exprés. El domingo aguarda Georgia y en Tiflis no hay margen de error.
El resultado no acompañó, pero el cuadro va tomando forma. Hace nada, apenas unos meses, el casting de Luis Enrique en su segunda etapa como seleccionador nos dejaba algo descolocados. Veíamos las pinceladas, pero debíamos dar un par de pasos atrás para tratar de entender la pintura en su totalidad. Tres porteros con similar pedigrí (Kepa, De Gea y Unai Simón), examen de centrales para acompañar a Ramos (Pau Torres va por nota…), rotación de batutas (Busquets o Rodri) y baile de jugadores y posiciones de medio campo hacia arriba con el falso nueve (Rodrigo, Aspas o Moreno) como canción de moda. Pero ahora sí que se ve el cuadro, lo abstracto ya es real. Luis Enrique calcó ayer el equipo que el pasado noviembre sacaba los colores a Alemania en La Cartuja (6-0). No pudo hacerlo al cien por cien por las lesiones de Sergi Roberto y Pau Torres, que fueron sustituidos por Marcos Llorente y Eric García. El resto, los mismos jugadores de aquel recital frente a la Mannschaft que nos permite sacar los codos en las casas de apuestas con vistas a la próxima Eurocopa.
No se abrió de inicio la puerta a los debutantes, pues los cuatro (Robert Sánchez, Pedro Porro, Pedri y Bryan Gil) asistieron al pitido inicial desde el banquillo. Pero no por eso dejó de haber sorpresa en el once inicial. La vista se nos iba irremediablemente al lateral derecho, con Marcos Llorente y sus siete pulmones junto a la cal. Le falta ser árbitro y portero, todo se andará. Ejercía de lateral, pero su tendencia a subir, justo por el mismo carril que unos metros más arriba ocupaba Ferran Torres, hizo que los ataques de La Roja se vencieran hacia ese lado derecho más que al izquierdo, donde Gayà y Olmo formaban pareja de baile.
Grecia defendía en bloque. Oscilaba de izquierda a derecha con Bakasetas como eje central. En principio, el jugador del Trabzonspor debía ser el faro ofensivo escoltado por Masouras y Limnios. John van’t Schip confesaba en la previa que era consciente de que el rival llevaría la iniciativa, aunque que de por sí no iba a renunciar al balón. Pero la cara de póquer le delataba. Frente a España uno sabe, sí o sí, que la pelota no es negociable. Es cierto que esta Grecia no es la del puño cerrado de Rehhagel, aquella que sorprendió a Europa con el título continental en 2004, pero por mucho aperturismo que se proclame le cuesta llevar la iniciativa.
Así que a la selección helena no le quedaba otra que aguantar el asedio de España. Koke protagonizó la primera ocasión de peligro con un doble remate en el minuto 13. La Roja se armaba de paciencia, con Ramos y Eric García iniciando cada uno de los ataques, en ocasiones un plan de vuelo demasiado previsible. España tocaba y tocaba, Grecia aguardaba y al partido era imposible hincarle el diente. Tenía más nervio que un filete de cinco pesetas, que diría nuestro compañero José Antonio Espina. El juego se embarulló a medida que avanzaban los minutos. Un par de choques aéreos, como el de Papadopoulos con Morata, balones perdidos, encontronazos como el de Rodri con Bakasetas… en definitiva, una serie de imprecisiones que ralentizaron el ritmo del partido, algo que jugaba descaradamente en nuestra contra. Y estábamos tan narcotizados que de repente, un derechazo de Dani Olmo al larguero casi nos hizo caer de la silla. Fue tal el despertar que sólo un minuto después llegó el segundo dardo, este sí con el gol como premio. Koke recibió en tres cuartos, levantó la cabeza y sirvió un pase gourmet a Morata, que controló el balón con el pecho y remató con la zurda ante un impotente Vlachodimos. A lo Cristiano, vamos, es lo que tiene entrenar y jugar junto al rey del remate.
El gol, eso sí, no alteró ni un ápice la estrategia helena. El equipo siguió anclado atrás, lo que dibujaba un escandaloso reparto en la posesión de balón: 80% para España y 20% para Grecia. Así se llegó al descanso y así se volvió de él. No había novedad en el juego aunque sí en las alineaciones con Siopis y Tzolis al campo en sustitución de Limnios y Mantalos, mientras que en La Roja Ramos cedía su lugar a Íñigo Martínez. Descanso para el de Camas (su cuerpo lo necesita), que suma un partido más al zurrón de internacionalidades: 179, a sólo cinco del récord mundial del egipcio Ahmed Hassan.
Y el central del Athletic no pudo tener peor estreno en el partido pues en el minuto 55 cometió penalti. En las eliminatorias no hay VAR, así que el veredicto del italiano Marco Guida no tuvo vuelta atrás. Debate, lógicamente, sí hubo, porque el central de Ondárroa despeja el balón y en su inercia golpea con los tacos sobre la pierna de Masouras. En mi opinión, Íñigo quizá mantiene en exceso su pierna arriba. No sé. Una falta que podríamos bautizar ya como a lo Modric (similar a la que le señalaron al croata el pasado fin de semana en Balaídos), pero penalti al fin y al cabo, transformado sin contemplaciones por Bakasetas.
Había que cambiar de aire, encontrar una marcha más en un juego demasiado monótono de la Selección. Luis Enrique apostó fuerte, con los versos sueltos de Pedri y Bryan Gil en sustitución de Olmo y Canales. Y poco después con Thiago y Oyarzabal en lugar de Koke y Ferran Torres. Pero el muro griego no cedió. Sólo alguna incursión por la izquierda de Gil amagó con crear una ocasión clara de gol. Pero esa no llegó. Lo único que llegó fue el pitido final de un partido que nos deja en fuera de juego. ¿Cómo se puede jugar tan bien ante Alemania y tan mal ante Grecia?